Tengo la suerte de rodearme de amigos que no piensan como yo. Con los amigos antiguos pasa que cada uno vira por curvas distintas y el resultado es más rico si es que se ha conseguido mantener el vínculo a pesar de las diferencias. A veces pasa que uno cambia, y el otro no, o a veces sí pero cambia más tarde y ya se sabe que conviene acelerar a la salida de las curvas, a mí me ha pasado y durante unos años me he sentido algo sola, políticamente hablando claro. Después, ya en la calma de la recta, puedes descubrir que piensas igual que alguno de los de siempre, y es un placer encontrarse de nuevo.
Pero no nos engañemos, si uno cambia de opinión, es porque es joven. A partir de los 30, de los 35, nuestra visión del mundo pasa a ser una premisa que lo devora todo y nosotros nos ocupamos simplemente de alimentarla adecuadamente y de que crezca fuerte.
En el siglo XIX, Hermann von Helmholtz enunció un concepto al que llamó “inferencia perceptiva inconsciente”. Lo que dijo es que, a partir de los 30, raras veces logramos ver algo distinto de lo que estamos predispuestos a ver. Es decir, que nuestra visión del mundo está determinada por nuestras expectativas. Solo al darnos de bruces con algo extremadamente novedoso se produce una inmensa explosión que logra invalidar esa tendencia. Y esto pasa muy poquitas veces.
Por eso me gusta esta frase de Neil Strauss:
Y por eso intento buscar cambios ideológicos en mí como si fueran flores en el desierto.
Gracias por las citas y la reflexión. Me siento afortunada de haber encontrado una florecilla en el desierto.
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