Ha sucedido

No sabría decirte cuándo empezó todo.

Deberíamos remontarnos a 1983 cuando el Departamento de Defensa de los Estados Unidos decidió usar el protocolo TCP/IP en su red Arpanet y creó la red Internet.

O a 2004, en Puerto Rico, cuando Daddy Yanquee reveló que a ella le gusta la gasolina.

En definitiva, una serie de acontecimientos nos han llevado a esto: mi hija ha pedido abrirse una cuenta de Tik-tok.

Pero no busquemos culpables. Yo soy una madre moderna, entendiendo por moderna que vi en directo a Aviador Dro, quiero decir que no me asustan los cambios, como dice Jabois, un hijo es como tener siempre algo al fuego.

Creí que el uso de juguetes de madera me iba a salvar de esto, qué ingenua fui y qué caros eran; después de tantos años, en la quietud de algunas noches, aún recuerdo aquellos precios.

El algoritmo de Tik-tok empieza sugiriendo al niño un contenido variado de vídeos y, según los que él vaya escogiendo, grabando, compartiendo, entrega un contenido más adaptado, es decir, la aplicación se acerca a tu hijo, le escucha sin juzgar, entiende su verdadera naturaleza y actúa en consecuencia. Más que miedo, lo que siento son celos.

Si el niño publica algo, unas posturitas, lo que sea, es posible que en unas horas se haya vuelto viral. Porque después de todo, ¿qué daño puede hacer a un cerebro en formación el mecanismo de recompensa instantánea de una app diseñada para generar adicción? ¡Si esos chispazos de dopamina son la sal de la vida! ¿No estaremos sobrevalorando la capacidad de atención? ¿De veras es tan importante el desarrollo de la corteza prefrontal de nuestros hijos? Al fin y al cabo, hay otras zonas del cerebro que también están muy bien.

Aun así, no sé, no me quedo tranquila, percibo la molestia de un guisante bajo el colchón, así que le hemos puesto la condición de que su cuenta sea privada y no vea vídeos de otros. Qué clase de cancela batiente estamos poniéndole al mar, el tiempo lo dirá. En general mi relación con la tecnología ha sido de colaboración: ella va avanzando y yo me voy comiendo mis propias palabras a la misma velocidad.

Tampoco quiero ser una madre moralina, me vale el cinco raspado, la madre suficientemente buena de Winicott, que mis hijos vayan creciendo y descartando pistas falsas en este escape room que es la vida.

Además, vete a saber. A la hora de hacer pronósticos, si te centras en una dimensión nada más, te puede pasar lo que a Virginia Wolf en “Una habitación propia” cuando augura “Dentro de cien años, las mujeres habrán dejado de ser el sexo protegido y tomarán parte en las actividades que antes les eran prohibidas. Las mujeres repartirán carbón y conducirán locomotoras a vapor”. Uno puede pensar, hombre Virginia, tan lista para unas cosas. Pero es que nos pasa a todos cuando tratamos de imaginar el futuro de nuestros hijos, que no sabemos de lo que hablamos.

De ese ensayo de Wolf, sí rescataría una idea: Para poder escribir, una mujer necesita una habitación para ella sola, mucho tiempo y 500 libras al mes. Me he entretenido y son unos 15.000 euros al cambio, ahí sí le doy la razón a Virginia Wolf.

Estos días he vuelto al Demian de Herman Hesse, y me he acordado de mi adolescencia. De lo que mi curiosidad buscaba, los sueños, el placer, el miedo, el gran misterio de la pubertad. Ahora lo viviremos de nuevo, esta vez como sufridores en casa, si se me permite la referencia pop.

Y está bien así, hay caminos que uno recorre solo. Nuestra misión es la de acompañar, amar, ser su andamio, otorgar espacio. Aunque yo personalmente si llega el reguetón soy Bernarda Alba. Con el perreo me tienen de frente. Me imagino que así se sintieron los padres de Sinclair en el Demian, nada de sectas de satán, y por ahí se inclinó el chaval. A veces los padres tememos algo en nuestros hijos que en realidad se encuentra en nosotros. De modo que esa lucha es más un temita nuestro.

Mi vía de escape, de adolescente, fueron los libros. Aliviaron mi insatisfacción, me acompañaron cuando estuve sola. A ellos vuelvo para renovar el acuerdo que he alcanzado conmigo misma, que es a estas alturas donde está la paz. Pero no nacimos para leer. Los humanos inventamos la lectura hace solo unos milenios y en mitad de la tormenta hay muchas maneras de encontrar sosiego. Dudo que la aplicación de Tik-tok sea una de ellas, pero vamos sin guion, así que hasta aquí puedo leer.

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