La meta volante

lab conejo post 11

Esto que nos está pasando ahora, lo de llegar a los cuarenta sin haber conseguido nada relevante, ya le ha pasado a más gente antes, pero no por eso es más fácil de llevar.

Los cuarenta es esa edad en la que empiezas a notar que los médicos son más jóvenes que tú, que es una cosa que da muy poca confianza, y en la que piensas que una buena charla importa más que el sexo. También te quitas los prejuicios contra los libros de autoayuda que venden en las góndolas del carrefour.

Es una edad a mitad de todo, un poco el punto en el que se encontraba Rosie Ruiz, la atleta que completó el maratón de Boston en dos horas treinta, y de la que se supo más tarde que había tomado el metro a mitad de carrera. Pues eso, llevamos la mitad, y nos queda la otra media, y da como pereza seguir corriendo.

Una cosa buena de tener cuarenta es que ya somos la misma persona en cualquier sitio. Somos como Matt, el tío viajero de los Fraggel, que mandaba postales desde el Mundo Exterior y él siempre salía igual, aunque la ciudad del fondo fuera distinta cada vez.

Algo así como este Australiano, que creo que lo ilustra muy bien:

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Ésta es claramente mi favorita:

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Esto de no tener personalidades disociadas, en el trabajo, en casa, en el bar, ser idéntica a una misma, para bien o para mal, consistente en cualquier circunstancia, es para mí muy relajante. Comparable a dormir en el tren con la boca abierta o desabrocharse el sujetador al llegar a casa.

Recuerdo los años de juventud, en los que salía como un rinoceronte, buscando en cada momento la versión que quería ser de mi misma, en cada ocasión, al estilo de Zelig, ese personaje de Woody Allen, tan postmoderno, al que la Dra. Fletcher, Mia Farrow, diagnostica una inseguridad extrema que le lleva a camuflarse entre las personas, adaptándose para ser aceptado. Cuando se mezcla con judíos le crecen tirabuzones y cuando se mezcla con negros su piel y su manera de andar cogen ese flow.

En la película, diferentes médicos estudian el fenómeno Zelig y opinan sobre la causa de su comportamiento.

woody 3 post 11

Para unos es un problema hormonal, para otros una intoxicación de comida mejicana y para otros es un tumor cerebral. Sólo la Dra. Fletcher lo entiende como una búsqueda de seguridad.

O como en aquella película de Bergman, tan de Bergman, Persona, en la que la doctora le suelta a su paciente delante del espejo una de esas parrafadas que lo cambian todo y te hacen pensar por un instante que estás entendiendo la película, aunque luego se te vuelva a escapar el hilo:

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“¿Crees que no lo entiendo? ..consciente en todo momento, vigilante ante el abismo que hay ante lo que eres para los demás y lo que eres para ti misma. La sensación de vértigo y el deseo constante de ser descubierta por fin, de quedar expuesta a la evidencia, quizá incluso aniquilada”.

 

En aquellos años lo que más me gustaba de las charlas con las chicas, tan largas, tan Pandémica y Celeste, era eso, la búsqueda de quienes éramos, el extraño aquelarre de la identidad. ¿Acaso no había más que una enorme careta?

Pego esta foto mía en aquellos años para ilustrar la duda.

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A mí de joven me acuerdo de que me daban mucha envidia las conversaciones de las series. Por muy mal que se llevaran los personajes, las palabras fluían, era agradable oírles hablar y sentir cómo se deslizaban las palabras, una detrás de otra, yo echaba de menos un guion en mi vida, esa respuesta adecuada que parecía sacada de un algoritmo generador de respuestas, siempre ingeniosas o bien profundas, según lo requiriera la ocasión.

Cuántas veces encontraba la respuesta adecuada horas después, bajo la ducha, y se la exponía con vehemencia a los baldosines del baño, con el agua cayéndome por la espalda, y repetía lo que tenía que haber dicho y no dije, muchas veces, PERO MUCHAS. Y no sé si es por esos ensayos a posteriori, el caso es que ahora eso ya no me pasa y yo lo achaco a los cuarenta.

Ahora pienso en lo lejos que llegaría con el cuerpo de entonces y la identidad de ahora. What a shame.

Leo estos días, El amor no es nada del otro mundo, de Félix J. Palma y María Fortea (qué divertido por cierto escribir en pareja), una novela tontísima cuya premisa es la existencia de una grieta en Facebook que nos permite conocer otros mundos en los que hemos tomado decisiones distintas a este, al estilo del hombre duplicado de Saramago. Esta nueva obsesión, la contradicción permanente entre los planes que teníamos y a lo que hemos llegado, es el hit que reemplaza, dentro de mis obsesiones, al tema de la identidad. Una no supera las contradicciones, simplemente las sustituye.

Llegar a los cuarenta o tener hijos, o la mezcla de ambos, me ha ayudado conectar con la niña que fui y las cosas que quería conseguir. Es claramente una trampa pensar que todo ha sido para bien, el examen al que llegué tarde, el hombre que me abandonó. Pensar que cada copo de nieve es perfecto y cae en el lugar correcto es, además de una cursilada, un atajo al punto exacto que te otorga validez como persona completa. Es como tirar el dardo y pintar después el centro de la diana. Pero son esos truquitos precarios los que nos salvan.

Personalmente soy un poco plasta con las decisiones. Ahora mismo, decidir en qué actividades apuntaré a mis hijos este año tiene más corolarios que la escisión de la iglesia católica. Preguntarse qué hubiera pasado si.., es un ejercicio tan inútil como infinito. Recuerdo un profesor de historia que no podía evitar acabar sus clases con ese toque contrafactual, qué hubiera pasado si Alemania hubiera ganado la segunda guerra mundial, si Kennedy no hubiera muerto en Dallas, nos dejaba siempre con la mosca detrás de la oreja.

Ya lo dice Radiohead. We are accidents waiting to happen.

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Y esto me lleva al principio del post. ¿Hemos llegado a algún sitio? Quiero decir, ¿es necesario llegar a algún sitio? En la misma semana cayeron en mis manos dos respuestas contradictorias a una pregunta tan chorra.

La primera respuesta la tuve leyendo la novela Cómo ser mujer, un ensayo maleducado y audaz sobre el feminismo que por cierto ha conseguido escandalizarme (para algunos pasajes me ha hecho falta el abanico). Caitlin Moran cuenta que la adolescencia le enseñó que su felicidad no podía fundamentarse en el ser -esperaba ser musa del grupo de rock de su instituto y nunca lo consiguió- sino que tenía que basarse en el modo hacer, fundar ella misma un grupo o bien escribir una novela. Desde entonces, para Catlin, la acción es el oremus, prueba y error, el único modo de ir reduciendo la brecha entre cómo son las cosas y cómo queremos que sean.

Pero en esto me llegó ayer un correo que se titulaba el ser y el hacer, precisamente, una señal en forma de publicidad de cursos de pilates, gracias Dios mío. Y en él decía esto, de estas cosas que ya sabemos pero que vuelve cada poquito y se confirma:

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Y es verdad, a mí personalmente me satisface poner cruces en mi lista de pendientes para pasar a la siguiente tarea, en cuanto envíe este correo, en cuanto llegue a casa, en cuanto ascienda, en cuanto esté más delgada, en cuanto crezcan los niños. Siempre con la caña echada hacia otro lugar.

El hacer, a largo plazo, tiene que ver con el ego, con dejar algo que perdure, con crear algo que nos transcienda. Si no ya me contarás.

Yo pocas veces consigo limitarme a ser, parar ese rumiar cognitivo, ese haz esto, haz lo otro, que se nos acaba el tiempo. El otro día sí lo conseguí, estaba yo poniendo un lavavajillas y qué momento! qué profundidad y aceptación! Pero me dura poco meditar, me lo he puesto como meta de este verano. Convertirme en una abraza árboles cómo llama Trump a los que se han pasado al mindfulness.

Lo que sí he comprado es este libro que me han recomendado para meditar con los niños:

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Pena que comprar gadgets en Amazon no cuenta como meditación. Se me da tan bien comprar en Amazon! Otra de las ventajas de tener cuarenta: poder comprar. Casi lo que quieras, lo pensaba de pequeña y lo mantengo, no tener que pedirle a alguien que te compre tal o cual cosa, que nadie te diga que hay que esperar ¡a los reyes! ¿estás de coña?, ¡estamos en agosto! Era una cosa muy cruel.

Así que este verano, tengo pensado relajarme, ¿y tú? ¿has llegado? ¿a dónde?

 

 

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Una respuesta a La meta volante

  1. arantxa laplanta dijo:

    Estreno tu blog con este post, que ya era hora. veo que he empezado por el más largo. y más habría seguido leyendo: tantas cosas que a todos nos pasan, tan bien dichas.

    se agradece la justa combinación entre biedma y bergman con el lavavajillas y el sujetador que te sueltas desde el rellano.

    relleno la cruz para recibir más entradas, no te digo más.

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