Ni tiempo ni tiempa

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Un año más y empiezo a pensar que lo peor de ser madre no es tener que reconfortar a un niño mientras vigilas que no se te pasen los canelones, sino que cuando termine todo, cuando este sacrificio risueño y estoico toque a su fin, habrá que volver al punto preciso en el que una abrió el paréntesis y retomar debidamente desde ahí. Pero yo ya soy distinta, ha pasado mucho tiempo y me voy a sentir tan absurda cuando ya no me necesiten, espero que para entonces haya sucedido algo disruptivo en el mundo del ansiolítico.

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Ay, el tiempo, ya todo se comprende. De todas formas, igual se nos ha ido la mano con lo de la maternidad. Una cosa es que la salud emocional de nuestros hijos esté completamente en nuestras manos y otra muy distinta es que no pueda una pasarse todo el día tumbada en la cama leyendo a Lucía Berlín.

Y sí, esta propensión a la crianza sin tregua puede desbaratar a cualquiera. Si ya sólo aprendes cosas para transmitirlas a tus hijos como si fueras un simple engranaje, puedes acabar tan echada a perder como Felicidad Blanc, la madre de los Panero. Tuvo otros problemas, claro que sí, pero empezó a olerse la tostada cuando vio que su único papel posible era el de esposa y madre.

blanc

Me fascina esta mujer, tan extravagante, tan presa, qué dignidad tan fina transmite en El Desencanto, esa gran pieza de nuestro cinema-vérité. Estas navidades me la he vuelto a poner y es como bucear sin bombona por los barrancos más oscuros, a veces también los más brillantes, del alma humana.

Así que este año me he pedido tiempo para atender mis propias ambiciones y voy a empezar por el relax. Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender cuando ve esos vídeos de japoneses que se dedican a pulir bolas de aluminio hasta la perfección.

bolas

Me los recomendó mi madre para desconectar (mejor que el bikram, me dijo aplicándose el tinte) y es verdad, qué excelencia la de esta gente y qué miedito dan.

He leído estos días Apegos Feroces, de Vivian Gornick, una obra que tiene ya sus años y que me ha hecho disfrutar como hacía tiempo. Es una historia real: Vivian, de 45 años y su madre de 77 dan largos paseos por Manhattan, se pelean, discuten constantemente, mientras van repasando episodios de su vida pasada y de todas sus vecinas de escalera en un piso del Bronx. La madre, estricta, perfeccionista, comunista y obsesiva, se aferra a sus creencias de tal modo que intoxica el aire que su hija respira y bueno, por algún lado tiene que salir la mermelada.

Me ha gustado por cómo evolucionan los personajes y me ha hecho pensar en ese hobby tan femenino que es el auto-sabotaje. La madre de Vivian enviuda demasiado pronto y, a partir de ese momento, decide dedicar su vida por entero al sufrimiento “era como si su espectacular abandono nos hubiera absorbido a todos, como si nos hubiésemos convertido en espectadores de su propia pérdida en vez de estar de luto nosotros”. Vivian, por entonces adolescente, reacciona aferrándose a la vida intelectual, a la universidad, a su trabajo como periodista más tarde. Si tiene aventuras con hombres, siempre son peores que ella y así reafirma su idea de lo pueril que resulta creer que la felicidad humana recaiga en un vínculo particular.

Es natural que tomemos caminos opuestos al que tomó nuestra madre, en parte porque en la contradicción descansa nuestro crecimiento y en parte porque, si una tira por otro camino, se libra de ser comparada y por tanto del fracaso. En este trajín pendular estamos y las mujeres, educadas muchas veces en la culpa, nos autocastigamos con mayor intensidad y frecuencia que los hombres.

Nosotras, que seríamos las hijas de Vivian, las nietas de su madre, nos hemos embarcado en esto de la maternidad como si la acabaran de inventar, a veces con argumentos que creíamos superados, pero con una especie de actualización: la piel nueva para la vieja ceremonia, como decía Leonard Cohen. Y a veces, cuando veo el nivelazo que hemos alcanzado en manualidades, pienso que las madres de hoy nos hemos pasado de frenada.

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La maternidad es muchas cosas, pero es también la mejor excusa para aparcar los sueños de una de forma permanente: porque no me da tiempo, porque soy muy generosa, porque voy a darles lo que no tuve, porque esta tarde haremos otro cupcake, porque los veinte primeros años son los más importantes del niño.

Cualquier excusa es buena y ese pequeño saboteador que muchas alojamos se relame cada día porque consigue desde dentro lo que nunca hubiéramos permitido que nos impusieran desde fuera. Está comprobado: si eres madre se te puede quedar dentro un pretexto perfecto y cuesta más sacarlo que recuperar talla de vaqueros.

Y bueno, ya me despido que voy a echar la tarde fregando el horno, no sin antes desearos un feliz año lleno de anhelos y contradicciones.

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Una respuesta a Ni tiempo ni tiempa

  1. susana dijo:

    Yo ya pasé esa etapa y tienes toda la razón. Un saludo

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