Lo que nos mueve

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Ay, la metafísica. El otro día mi hija de seis años me suelta desde el asiento de atrás -estaba yo maldiciendo, bloqueada en mitad de la rotonda porque llegábamos tarde a tenis-  con esa voz que tiene tan indignada, tan verdadera y exasperada en ocasiones : “Ya, pero mama: ¿Por qué hacemos todas las cosas?” Lo sentí como un disparo, como un corten del director cuando la escena no es creíble y hay que parar el rodaje.

Siempre es así, empieza sus preguntas por pero, como si ella llegara de vuelta y yo tuviera que subir en marcha al razonamiento. Cómo casi siempre, no estuve a  la altura: murmuré algo, pité más tiempo del necesario, fingí no entender la pregunta y luego aceleré porque realmente no llegábamos a tenis.

Yo es que en estas ocasiones de verdad que no sé qué hacer. Me digo: aquí tendría yo una buena oportunidad para transmitir las cosas de la vida, mi respuesta se va a adherir a la estructura cerebral del niño, o no, claro, ni idea, pero te sientes un poco como Mel Gibson en Arma Letal 3, corto el cable rojo o corto el azul.

La pregunta es devastadora. Por qué hacemos todas las cosas. Pues no sé, porque la comida no cae del cielo, para que nos quieran más, qué sé yo, a veces hacemos las cosas porque nos las pide el cuerpo, porque nos las ponen a huevo como a esta niña:

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Pienso en el fondo que cada uno se tiene que buscar la vida con esa pregunta, todos los niños empiezan siendo curiosos y entusiastas y muchos acaban siendo obedientes y faltos de interés, quizá porque reciben demasiadas respuestas, de google, de sus padres, de los dibujos en los que otros niños viven aventuras reveladoras. Y creo que la respuesta tiene que ver con el ruido: hay que hacer ruido, es nuestra responsabilidad, una amiga que trabaja en un hospital me dijo “si algo he aprendido después de tantos años es que cuanto más enfermo está un paciente, menos ruido hace”.

No hay atajos para ciertas verdades. Leo estos días “la sorprendente verdad sobre qué nos motiva” de Daniel H Pink, una americanada bien escrita sobre cómo las empresas que promueven la autonomía de sus empleados están ganando a las demás. Y es verdad. Las preguntas sobre cómo motivo a alguien para que haga sus deberes, para que cumpla los objetivos o tome sus medicinas, parten de una premisa falsa porque suponen que la motivación es algo que se provoca en la gente, como si se pudiera inyectar en vena.

Me pongo a pensar en mí, en lo que me mueve y creo que nunca diría “fue por una charla que me dio mi padre / mi jefe / la policía”, “me motivó una zanahoria que tuve delante o una paga doble de domingo”. Las ocasiones en las que he echado el resto vienen de otro lugar, de la automotivación,  de la autonomía, de las cosas que en general empiezan por auto.

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Y de la obsesión. Si a estas alturas se puede afirmar que me sale la mejor tortilla de patatas de la sierra norte es porque algo en mí, genético e imperativo, me empuja sin remedio a mejorarla:

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En lo que respecta a la motivación de los niños, mi madre me dio un consejo que es su mejor consejo después de “cuídate los dientes” que sigue siendo el número uno. No te preocupes tanto –me dijo- por lo que haces con tus hijos, preocúpate más bien por quién eres con ellos. La teoría es fácil, pero yo sigo loca leyendo libros de Parenting y comprando por Amazon materiales Montessori, con un temor insano a que me falte alguno. Hay que seguir al instinto pero es que a mí el instinto a veces me habla bajito y no lo pillo.

Aquí lo explica muy bien Savater:

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También estoy tratando de dejar los libros de autoestima infantil, mi marido dice que de personas con la autoestima alta están las cárceles llenas y eso no se lo puedo discutir.

A lo que iba. Como había fracasado en aquella ocasión del coche, decidí compensar con un desayuno madre hija, para conectar, tú yo y doble de sirope en las tortitas. Fuimos a  un bar boho-chic, de los que hay ahora con azulejo metro, regaderas con flores secas y bicicletas colgando de las paredes, nos sentamos en una mesita cerca de la ventana y me lancé, con este sentimiento inaugural que me invade a veces con mi hija:

– Hija mía, ¿Hay algo que te preocupa? Si quieres, me lo puedes contar.

– Pues máma, tengo ganas de llorar porque se acaban las vacaciones.

– Te entiendo, cariño, da mucha rabia.

– ¿A ti también se te acaban mamá?

– Sí, a todos.

– ¿Y a Patricia Gil de 2ºC?

– A Patricia Gil también.

Se le iluminó el rostro.

– Gracias mamá, la odio un montón y con eso me siento mejor.

– De nada cariño.

Me pregunto si esta cabronez que tenemos las mujeres es genética o adquirida.

Ahora con los niños lo que más se lleva es la autonomía. A mí la autonomía de mis hijos me vendría bastante bien porque hay días que no me dejan ni poner una lavadora de color.

No es fácil trabajar la autonomía, por eso me gusta este libro de Gever Tulley, el creador de Thinkering School de San Francisco.

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Es una lista de experimentos peligrosos para hacer con tus hijos de forma controlada. Desde pegarse los dedos con superglue a chupar una pila o hervir agua en un vaso de papel. Una crítica al mundo acolchado, a los parques con suelo de plástico, a la ansiedad perpetua de los padres. Me gusta porque lleva a la acción, al error, a tratar con el riesgo, para conocerlo, y a los mejores recuerdos que tengo del pueblo, con sus hierros y sus moñas de vaca.

Somos sobreprotectores en exceso y nos cuesta despegarnos de ese papel. Pienso que en ocasiones el rol de los padres debe restringirse a ser como el Estado de los liberales: es suficiente con no molestar demasiado. Un poco como le pasa a este niño, a veces no hace falta más:

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De todas formas, en este mundo de Brexit y postverdad ya no sabe uno para qué prepararles. El mundo en el que van a vivir es transparente, interconectado, carente de privacidad y de individualismo. Y peligroso. Muchos investigadores se aventuran a hacer listas de profesiones del futuro, nuestros hijos serán gamificadores o programadores de big data, aunque yo para mí que en diez años esas listas tendrán ese aire viejuno-futurista que tiene ahora Blade Runner.

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Pero van a vivir en un mundo raro, eso es así ¿Acaso alguien se esperaba lo de Brad y Angelina? David Perkins, un matemático de Harvard obsesionado con investigar sobre la inteligencia y la comprensión, considera que los niños tienen que aprender a “enfrentarse a lo desconocido e inesperado” para poder manejarse en un mundo que cambia continuamente. Esta el la web de su Project Zero del que soy fan: http://www.pz.harvard.edu/.

Todo a su alrededor será nuevo, su única constante será el cambio. ¿Y cómo les preparamos? Me gusta la inmortal frase de Alan Watts “Puesto que el mundo no va a ninguna parte, no hay prisa”.

Y me gusta esto que he leído de Salvador Pániker en referencia a Carl Jung, nosotros vamos soltando ego mientras nuestros hijos van construyendo el suyo:

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Cuando llegué a casa, plantee la pregunta en la mesa. Y el pequeño de tres años lo vio clarinete. Para qué hacemos las cosas. Para guardar, que mañana hay que jugar! Dice el tío. Y nos reímos todos mucho porque cenar no cenaremos pero lo que nos reímos.

¿Y tú? ¿Aprendes filosofía con tus hijos? ¿No te ponen a veces de los nervios pero luego, cuando ya están dormidos, te ves en el móvil un vídeo que les acabas de hacer?

 

 

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Una respuesta a Lo que nos mueve

  1. Sandra dijo:

    Qué gran artículo!!!! Me siento tan identificada!!!!!!!! Es como si las madres de hoy, las que mi hermana llama «overqualified housewife» intentáramos encontrar el grial de la educación infantil, mejunje de Montessori, autoestima, autonomía, educación finlandesa y, siendo españolas, a poder ser, algo de salero…Para acabar dándonos cuenta de que lo que realmente querríamos para nuestros hijos es que llegar a ser tan genuinos y geniales como Vicky, Matilde, Clara y Doni.

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